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Mariscal Francisco Solano López


¿Por qué llevamos su nombre?
Porque en 1977, año de nuestro egreso, se cumplían 150 años del nacimiento del Mariscal
(había nacido en 1827)



MARISCAL FRANCISCO SOLANO LOPEZ


"¡Muero con mi Patria!"


Con esa última frase en sus labios, el 1 de marzo de 1870, en Cerro-Corá, el Mariscal Francisco Solano López, fue muerto por fuerzas brasileñas en la Guerra de la Triple Alianza. Allí quedó, con los ojos abiertos y la mano crispada en la empuñadura de su espada de oro, en cuya hoja se leía "Independencia o Muerte".


Se especula que la frase se debió a que pensaba que con su desaparición el Paraguay dejaría de ser independiente y que su territorio sería repartido entre la Argentina y el Brasil, aunque ciertos historiadores sostienen que la frase fue en realidad: "¡Muero por mi Patria!"


El Mariscal Francisco Solano López (1827-1870), fue un destacado militar y político paraguayo. Hijo y sucesor de Carlos Antonio López, el 1er. Presidente Constitucional del Paraguay. En la presidencia de su padre desempeñó importantes misiones políticas y diplomáticas y fue ministro de Guerra (1854) y Vicepresidente. Elegido por el Congreso como segundo Presidente Constitucional del Paraguay en 1862, llevó a cabo una política considerada nacionalista y promovió el desarrollo económico con miras a convertir el país en una potencia. Alegando oponerse a la intrusión de Brasil en los asuntos internos de Uruguay, dispuso la ocupación del Matto Grosso, pero Argentina, recelosa de sus ambiciones hegemónicas, impidió que el ejército paraguayo atravesase su territorio. El hecho fue suficiente para que Paraguay, en marzo de 1865, declarase la guerra a Argentina e iniciara su invasión. Este hecho, sumado al pacto firmado entre Argentina, Brasil y Uruguay, dio origen a la guerra de la Triple Alianza. Tras sucesivas derrotas tomó el mando de su ejército. Murió en 1870 cuando combatía contra las fuerzas brasileñas.


La Academia Militar de Paraguay (donde se forman oficiales del Ejército, Fuerza Aérea y Marina), lleva su nombre.


Sus restos descansan en el Panteón Nacional de los Héroes de Asunción del Paraguay.




Música militar y tradicional paraguaya en honor al Mariscal


Abajo a la izquierda, la "Marcha Mariscal Francisco Solano López", dedicada al "Mártir de la Nacionalidad Paraguaya",
y que además es la "Marcha insignia" de la Academia Militar del Paraguay (que también lleva el nombre del Mariscal).

Abajo a la derecha, "Primero de marzo", tradicional polca paraguaya en honor al Mariscal
y cuyo nombre alude a la fecha de su muerte (está escrita y cantada en idioma guaraní).

"Marcha Mariscal Francisco Solano López" y polca "Primero de marzo"

Visita de Mariscales al Mariscal - Junio 2012




Este es el oficialmente llamado "Panteón Nacional de los Héroes y Oratorio de la Virgen Nuestra Señora Santa María de la Asunción". Seguramente porque su nombre oficial es tan largo, que es conocido simplemente como el "Mausoleo de los Héroes". Se encuentra en el centro de Asunción, capital del Paraguay. Aquí descansan los restos del Mariscal Francisco Solano López y hasta aquí llegó a visitarlo, una delegación de nuestra Promoción que lleva el nombre del héroe paraguayo.


Tres Mariscales en el "Mausoleo de los Héroes" del Paraguay: el Mariscal Enrique Morales (Agregado de Defensa en Paraguay), el Mariscal Carlitos Loitey y detrás, la estatua del Mariscal Francisco Solano López.


La estatua del Mariscal, rodeada por plaquetas de obsequio de los distintos países y Ejércitos del mundo, entre ellas la de Uruguay.


Este es el Museo Militar del Ministerio de Defensa Nacional de la República del Paraguay.
Para visitar su página web, hacé click aquí.

Hasta aquí también llegó la delegación de la Tanda, para conocer un poco más de la historia del Mariscal Solano López y de la República del Paraguay.


Un busto del Mariscal y a la derecha, los tres Mariscales: Loitey, Solano López y Enrique Morales,
en el Museo Militar del Ministerio de Defensa Nacional del Paraguay.

Las casaquillas de la foto de la izquierda, que lucen la Banda Presidencial del Paraguay, fueron utilizadas por Solano López durante su presidencia. Las recibió como obsequio de Napoleón III, Emperador de Francia. Napoleón III se llamaba Carlos Luis Napoleón Bonaparte. Era hijo de Luis Bonaparte, que fue Rey de Holanda y hermano del Emperador Napoleón I de Francia, el más famoso de la dinastía Bonaparte. Por lo tanto Napoleón III (quien regaló las casaquillas a Solano López) era sobrino de Napoleón Bonaparte.

La muerte de un gran americano
1 de marzo de 1870
Fuente: www.lagazeta.com.ar


“¡Muero con mi Patria!”


Con esa última frase en sus labios, el 1º de marzo de 1870, en Cerro-Corá, el Mariscal Francisco Solano López, herido, agotado y desangrado, medio ahogado, moribundo y anegada en sangre el agua inmunda del arroyo que, caído sentado, lo circundaba, recibió un tiro de Manlicher que le atravesó el corazón. Ahí quedó, muerto de espaldas, con los ojos abiertos y la mano crispada en la empuñadura de su espadín de oro –en cuya hoja se leía "Independencia o Muerte"-.

“¡O, diavo do López!” [¡”Oh, diablo de López!”], comentó el macaco recluta del Imperio brasileño mientras pateaba el cadáver. Las últimas palabras del Mariscal eran algo más que una metáfora: ya casi nada quedaba del Paraguay, toda su población masculina entre los 15 y 60 años había muerto bajo la metralla. Muchísimas mujeres y niños también, cuando no por las balas, por las terribles epidemias de cólera y fiebre amarilla, o simplemente sucumbieron de hambre. Por supuesto, tampoco quedaron ni altos hornos, ni industrias, ni fundiciones, ni inmensos campos plantados con yerba o tabaco, ni ciudad que no fuera saqueada. Apenas si un montón de ruinas cobijaba a los fantasmales trescientos mil ancianos, niños y mujeres sobrevivientes. Se condenó al país a pagar fortísimas indemnizaciones por “gastos de guerra”. Paraguay perdió prácticamente la mitad de su territorio, que pasó a formar parte de Brasil y de Argentina (las actuales provincias de Misiones y Formosa).

Cinco años antes, al comenzar la guerra de la Triple Alianza, el Paraguay de los López era un escándalo en América. El país era rico, ordenado y próspero, se bastaba a sí mismo y no traía nada de Inglaterra. Abastecía de yerba y tabaco a toda la región y su madera en Europa cotizaba alto. Veinte años había durado la presidencia del padre, don Carlos Antonio López, hasta su muerte en 1862, y desde entonces la del hijo Francisco Solano.

El Paraguay tenía 1.250.000 habitantes, la misma cantidad de la vecina Argentina de entonces (¡se exterminó en la guerra nada menos que al 75% de la población!). El país era de los paraguayos. Ningún extranjero podía adquirir propiedades, ni especular en el comercio exterior. Y casi todas las tierras y bienes eran del Estado. La balanza comercial arrastraba un saldo ampliamente favorable, y carecía de deuda externa.

Contaba con el mejor ejército de Sudamérica. Tenía altos hornos y la fundición de Ibicuy fabricaba cañones y armas largas. Funcionaba el primer ferrocarril de Latinoamérica, un telégrafo y una poderosa flota mercante.

El nivel de la educación popular también era el primero del continente. Además, Paraguay era un importante productor de algodón, materia prima que necesitaba el capitalismo inglés en su etapa de expansión imperialista para su industria textil, principal motor de su economía. El bloqueo al sur esclavista de la Confederación, que proveía de algodón a la industria inglesa, producido por la Guerra de Secesión norteamericana (1861-1865), hizo indispensable para los intereses británicos la destrucción de tal nación soberana.

Esos intereses manipularon al círculo de influencia del Emperador del Brasil y al partido mitrista y la oligarquía porteña y montevideana, hasta promover el exterminio de todo un pueblo, que incluyó de paso a las montoneras argentinas. (Ver Libertad, civilización y Progreso )

Lo cierto es que la marcha final de siete meses de los últimos héroes paraguayos hacia Cerro-Corá, doscientas jornadas por el desierto, bajo el ardiente sol tropical, constituye una de las páginas más sórdidas pero también más gloriosas de la historia americana. Soldados abrazados por la fiebre o por las llagas y extenuados por el hambre, sin más prendas que un calzón, descalzos porque los zapatos, como el morrión y las correas del uniforme, han sido comidos después de ablandar el cuero con agua de los esteros. Todos están enfermos, todos escuálidos por el hambre, todos heridos sin cicatrizar. Pero nadie se queja. No se sabe adónde se va, pero se sigue mientras no sorprenda la muerte. Conduce la hueste espectral el presidente y Mariscal de la guerra Francisco Solano. Si no ha podido dar el triunfo a los suyos, les ofrecerá a generaciones venideras el ejemplo tremendo de un heroísmo nunca igualado.

Cinco años después, el gran Paraguay de los López quedó hundido, con todo su pueblo, en los esteros guaraníes. Desde entonces el Foreing Office quedaría como dueño absoluto de la región y dejaría desarticulada, por lo menos durante un largo período que todavía sufrimos, la posibilidad de integrar en una sola nación a la Patria grande. La gran causa iniciada por Artigas en las primeras horas de la Revolución, continuada por San Martín y Bolívar al concretarse la Independencia, restaurada por la habilidad y energía de Juan Manuel de Rosas en los años del "sistema americano", y que tendría en el Gran Mariscal Francisco Solano López su adalid postrero.

Pero ya una año antes de Cerro-Corá, viejo y pobre en su destierro de Southampton, don Juan Manuel de Rosas, que por sostener lo mismo que Francisco Solano López había sido traicionado y vencido en Caseros por los mismos que traicionaron y vencieron ahora al mariscal paraguayo, se conmovió, profundamente emocionado, ante la heroica epopeya americana. El Restaurador miró el sable de Chacabuco que pendía como único adorno en su modesta morada. Esa arma simbolizaba la soberanía de América; con ella San Martín había liberado a Chile y a Perú; después se la había legado a Rosas por su defensa de la Confederación contra las agresiones de Inglaterra y Francia. El viejo gaucho ordenó entonces que se cambie su testamento, porque había encontrado el digno destinatario del sable corvo de los Andes.

El 17 de febrero de 1869, mientras Francisco Solano López y el heroico pueblo guaraní se debatían en las últimas como jaguares decididos que se niegan a la derrota, Rosas testó el destino del "sable de la soberanía": "Su excelencia el generalísimo, Capitán General don José de San Martín, me honró con la siguiente manda: La espada que me acompañó en toda la guerra de la Independencia será entregada al general Rosas por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido los derechos de la Patria. Y yo, Juan Manuel de Rosas, a su ejemplo, dispongo que mi albacea entregue a su Excelencia el señor Gran Mariscal, presidente de la República paraguaya y generalísimo de sus ejércitos, la espada diplomática y militar que me acompañó durante me fue posible defender esos derechos, por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido y sigue sosteniendo los derechos de su Patria".


La figura granítica del Mariscal López


Un hecho que ningún historiador serio puede negar, es que el heroico pueblo paraguayo siguió voluntariamente a Solano López en todas sus batallas y sacrificios hasta las últimas consecuencias. Aquel pueblo a quien Mitre quería “liberar del tirano López”, lo siguió unánime hasta su fatal destino.

El 16 de octubre de 1869, tras largos años de lucha, trasladando los restos de su diezmado ejercito, hizo hacer un alto en el junto al arroyo Tandey-i. Ordenó que se formara el pequeño ejército cubierto de andrajos, que fielmente le seguía. Se cantó el Himno Nacional y luego habló López, con voz pausada y serena. Recordó las épicas jornadas vividas y la gloria con que se habían cubierto los soldados paraguayos, y rindiendo homenaje al heroico general Caballero que estaba a su lado, agregó: "Si yo llego a desaparecer, aquí tenéis a mi reemplazante. Y yo os recomiendo en esta hora amarga de mi vida, que le améis, como yo le amo, y que le sigáis confiado, como me seguís...” (O´Leary. Bernardino Caballero.p.28 – AGM.t.II.p.360)

En su largo peregrinaje hasta su destino final en Cerro Corá, era seguidos por los restos de su ejército y su pueblo que seguían adheridos a su gigantesca figura, hasta inmolarse como cumpliendo un pacto sagrado. El éxodo de todo un pueblo, hombres, mujeres, anciano y niños, siguiendo los pasos del ejercito nacional, es una de las páginas más sublimes de la historia universal.

Pero la mentalidad liberal no puede o no quiere comprender o admitir tanto heroísmo en defensa de su patria y de su libertad. Gelly y Obes, general en jefe del ejército argentino, le escribía al ministro de guerra desees de Lomas Valentinas: “Una fuerza de caballería se desprenderá sobre Cerro león con el objeto de capturar a López, lo que talvez no sea posible por tenerse noticia de que trata de salir del pais inmediatamente”. Esa era la ilusión de Mitre, acaparador de derrotas: le humillaba el valor de López y le carcomían los celos ante esa figura inmensa y legendaria. Cuando creyó que estaba cerca de la victoria, Mitre le escribe a Gelly y Obes: “Estrechado por los victoriosos ejércitos que lo persiguen, ha de buscar al fin su salvación en la fuga, puesto que no ha tenido ni aún el triste coraje de buscar entre sus soldados una muerte, si no gloriosa, al menos digna para el que ha sacrificado todo un pueblo a sus desacordadas aspiraciones”.

Nada más absurdo y cínico dicho por alguien como Mitre, que en las letras transformaba sus derrotas en victorias (Pavón), sus huidas en “heroicas retiradas” (Cepeda) y echándolo al culpa al “desierto inconquistable” por su derrota ante un puñado de indios.(Sierra Chica)

Pero el Mariscal López no le daría el gusto a Mitre de huir cobardemente como el, y su figura granítica se iba agrandando en proporción a sus contrastes, y en ningún momento pensó en huir, ni cruzo ningún temblor en su rostro imperturbable y sereno.




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